El corazón como órgano del cuerpo humano y como la sede de nuestras emociones y voluntad, muchas veces se entrega a sus propias pasiones y lleva todo sin control.
Las personas que son guiadas por la naturaleza de su corazón están expuestas a peligros en distintas ocasiones, pero las que son direccionadas por Dios son guardadas y bendecidas.
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“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.” (Romanos 8:14).
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Recuerdan a Sansón quien desobedeció y se dejo llevar por una pasión que lo condujo a la vergüenza y a la muerte (Jue 16:4-31), la Biblia presenta otras historias donde ciertos personajes se dejaron llevar por el corazón y no les fue bien.
Se estarán preguntando... ¿Qué hago con mi corazón entonces?
Es preciso que tengas un corazón obediente a Dios, estar lleno del fruto del espíritu, de amor, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.
Además de eso, si ocupas tu corazón con todo lo justo, todo lo puro, todo lo digno de admiración, automáticamente tendrás pensamientos, sentimientos y voluntades que agradaran a Dios.
Cuando estamos muy felices, somos generosos y hasta imprudentes; en cambio cuando nos enojamos, actuamos y hablamos con precipitación e insensatez; si nos hundimos en la tristeza, reaccionamos con pesimismo y desanimo. Dios sabe que somos seres imperfectos, y que fácilmente somos confundidos en nuestras impresiones, juicios y sentimientos.
Las emociones influencian nuestra visión, audición, y funciones mentales. Dios te ama tal cual como eres, pero no permite que seas así. Él quiere que tengas un corazón limpio y que simplemente seas feliz sin hacer cosas malas y sin dejar de hacer lo bueno.
Así como necesitamos alimentarnos bien y practicar ejercicios para tener un corazón saludable, hace falta que protejamos nuestra alma de pensamientos y sentimientos que pueden ser perjudiciales a nuestra vida espiritual y emocional.
Dejen que Dios, intervenga y los llene de rectitud!
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“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno.” (Salmos 139:23-24).
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